Ir al contenido principal

Pasaron cosas

Empecé un curso de cocina hace unos meses. A distancia, como todo en los tiempos que corren. En realidad estoy mintiendo. Aboné el ingreso a un curso de cocina hace unos meses y no tomé la primera clase sino hasta unas semanas atrás. Técnicas básicas de cocina, módulo I. El alumno dispone, una vez de hacer el pago correspondiente, de un año para tomar las cuatro clases. Aunque uno lo puede hacer con la celeridad que desee, incluso completarlo en una semana, algo un tanto intenso para mi gusto. Pero ¿un año? me pareció una exageración de parte del instituto. Una libertad sospechosa. Una generosidad un tanto ridícula. Una consideración muy extrema sobre lo mal que vivimos y el escaso tiempo que disponemos para hacer las cosas que nos gustan.

Compré mi curso con tanto entusiasmo que pensé que a los pocos días encontraría el espacio para tener mi primer encuentro con los dos videos —minuciosos, de excelencia— y las recetas descargables que el instituto provee por clase. Pero no.

Una amiga me compartió hace un tiempo una frase que me quedó grabada a fuego: “Lo propio del plan es que falle”. Todos mis planes fallaron, por supuesto.

Pasaron cosas es un término que está muy ligado a la política últimamente, pero les propongo que nos corramos de ahí porque me calza justo para contarles que entre aquel click de pago y mi primera clase, pasaron cosas.

Uno cree que tiene su agenda en orden, que es un maestro en el arte del Tétris de los planners, que si llegamos a cumplir esta meta y aquella y ganamos un poquito de tiempo acá adelantando eso, entonces podremos hacer aquello otro y responder eso tan pendiente y llegar puntual a una entrega, una cita, una clase. Pero no.

Pasaron cosas: laborales, personales, clínicas, domésticas. Pasaron cosas. Pasaron un montón de cosas hasta que al fin logré sentarme (una tarde en la que el cansancio me azotaba tanto que estaba dispuesta a cancelarme otra vez a mí misma) y dar con mi primera clase.

Técnicas básicas de cocina, módulo I. Pensé que había sido muy modesta con la elección del curso dentro del inmenso abanico que ofrecen, puesto que yo vengo cocinando y habitando cocinas hace muchos años. También pensé que quizás sacaría apenas algún detalle nuevo, un truco, algo que no supiera sobre las técnicas básicas de cocina, pero que ese algo, por más chiquito que fuera, me valdría la pena. Técnicas básicas de cocina, módulo I y tomé ocho hojas de apuntes. Qué soberbia fui al pensar que estaba siendo humilde. Suele ocurrir. La soberbia es de lo más camaleónico que conozco.

Se venía el siguiente paso. Preparar la receta número uno antes de tomar la clase dos.

Entre esa tarde en que me senté a estudiar frente a la computadora y la otra en que pude ponerme a cocinar el plato que estaría listo luego de cuatro horas de distintas cocciones también pasaron cosas.

Pasaron cosas: laborales, personales, clínicas, domésticas. Pasaron cosas. Pasaron un montón de cosas hasta nos sentamos a la mesa junto a mi marido y probamos el fruto, no sólo de esas largas horas de concentración y tensión en la cocina, sino también, del tiempo.

Una delicia. Lo que hace el tiempo en ciertas cocciones es una delicia. En un caldo, en una carne. Una delicia. Lo que hace el tiempo en la escritura es una delicia. Lo que una buena lectura, película, serie, concierto, conversación hacen —con el tiempo—  en nosotros, suele ser una delicia.

Entre la primera clase y el día de la ejecución de la receta pasaron cosas, es cierto, pero también estuve —todos esos días— pensando en ella, releyéndola cada tanto, buscando qué día, pensando cómo, cuándo hacerla. Quería darle todo. Y empecé a hacerlo en el mismísimo momento en el que decidí invertir la ecuación; no estaba dilatándola por falta de tiempo (que no me sobraba), le estaba dando tiempo (que no me sobraba).

La Blanquette de osobuco con arroz crèole que comimos esa noche no estuvo preparándose por cuatro horas, fue una receta que se cocinó aproximadamente diez días en mí.

No sé cuándo tomaré mi segunda clase. Tengo planes, ganas, espero que, claro. Pero ya aprendí que no hay que escupir para arriba. Agradezco la exageración de los dueños del instituto, disponer de un año para poder cumplir la meta porque sé, ahora más que nunca, que pueden pasar cosas.

Cuando inicié este blog pensé que escribiría en él todas las semanas. Tenía impulso, ideas, intenciones, deseo. Una vez más, pasaron cosas. Pero acá estoy. Este texto que enciende el horno nuevamente.   

Confío y confirmo cada vez más, que muy lejos de lo que se piensa, el tiempo hace delicias con nosotros.

 

 


Comentarios

  1. Exquisito aprendizaje para almas ansiosas. Te quiero.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta leerte en todos los formatos 💜
    Que bueno que, entre todas las cosas que pasaron, hayas empezado este curso para vos, yo también me sorprendí cuando leí "Técnicas básicas de cocina" jaja.

    Espero seguir leyéndote por acá, te adoro!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, no sabés qué profundo puede ser lo básico. Yo tampoco sabía. Te re abrazo Amapola 😉♥️

      Eliminar
  3. Me encanta leerte y te imaginé tomando tus apuntes craneando la receta... lo mejor el disfrute del plato realizado. Pagué un curso de panes que podes acceder sin límite de tiempo que es buenísimo porque en la vida diaria pasan cosas... abrazo enorme desde Tilcara

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por leerme desde el Norte. Imagino el saborcito de esos panes. Qué rico. Abrazo desde San Telmo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Maldita

Creo que estoy maldita. Trabajé tanto tiempo, tantos años en gastronomía. Años en los que no existieron para mí los fines de semana, los cumpleaños propios ni los ajenos, los aniversarios, los recitales, las obras de teatro, las reuniones porque sí. Yo era la que faltaba siempre o la que llegaba tardísimo a los encuentros, rota y peor que rota, sobria. Porque no hay nada peor que llegar a una fiesta donde el alcohol gira desde hace horas, sobria. Años de vivir a contramano, en que el único día de descanso era un lunes, o un martes, con suerte: un domingo a la noche. Años de entregarle mi vida al servicio de otros, atender a otros, que se sientan a gusto; festejos de otros, borracheras de otros, citas de otros, días del amigo de otros. Cualquiera en su sano juicio diría que no desea volver a eso, tan tortuoso, tan esclavo. Pero yo no. Por eso digo que creo que estoy maldita. Me pasó desde el cierre de Espiche , último bar en el que trabajé y en el que acompañé codo a codo a mi marido

Comí

Cada vez me peleo más con la idea de “escritor favorito”, como si tener un escritor favorito fuera algo definitivo, cerrado, para siempre. Mi escritor favorito es Fulanito de tal y nadie más en el mundo habrá que me haga sentir lo que me hacen sentir sus textos . Nadie más habrá. Que nadie más escriba nada, entonces. ¿Para qué seguir leyendo? Mas bien creo que en la vida uno tiene muchos escritores favoritos, que van cambiando, suben y bajan en los top ten personales según la edad que tengamos y lo que nos esté aconteciendo al momento de leerlos. Sin embargo, hay escritores que para mí entran en otra categoría. Y a no se trata de calificarlos como más o menos favoritos, eso sería demasiado simplista. Son escritores que atraviesan todo. Se meten en nuestra vida de una manera rotunda, son como familiares a los que no vemos en persona pero visitamos mucho más seguido que a ciertos familiares a quienes sí vemos en persona. Tenemos con ellos conversaciones mucho más interesantes que con ci

Recuerdos

Nunca leerán en estos textos míos referencia alguna a los aromas de la gastronomía. Soy anósmica de nacimiento, esta palabra que ahora está en boca de todos porque es uno de los síntomas que provoca el bicho que nos acecha es, para mí, moneda corriente. No huelo, nunca olí, no sé lo que es eso. Siempre me resultó algo extraordinario que las personas huelan, que mis hermanos supieran al pasar por la puerta de casa qué había para almorzar con sólo oler lo preparado y que en cambio yo necesitara sentarme frente el plato y  ver qué había para comer. Para muchas personas el olfato es un disparador de recuerdos. Voy caminando con una amiga por la calle, pasa alguien, mi amiga me dice: esa persona tenía el perfume de tal otra, se le activa un recuerdo, me cuenta una historia. También el olfato es un disparador de deseo. Voy con mi marido caminando por el barrio, pasamos por una casa cualquiera, no se ve para adentro, mi marido dice “alguien está haciendo un asadito, qué ganas” Bueno, t