Debajo de la espera, de la esperanza, del hartazgo. Debajo de los intentos, de los pretextos, de las excusas. Debajo de las tardes y los bostezos, debajo del insomnio y de la somnolencia. Debajo del aburrimiento y de la hiperactividad. Debajo del sol, el que entibia y acompaña y debajo de ese otro sol, que es egoísta y desubicado, el que llega en momentos de desolación, impertinente, inoportuno. Debajo de los berrinches, debajo de la ira, debajo de las batallas perdidas y las no libradas, debajo del cansancio cuando se torna impronunciable. Debajo de la falta de ganas, debajo de las palabras amontonadas como colillas de cigarrillos fumados en un pasado que ya no me representa. Debajo del deseo, debajo de lo posible, debajo de lo mucho que —a veces— todo cuesta. Debajo de todo lo espeso, pero también debajo de lo otro; de las caricias, de las canciones, de nuestros platos sobre la mesa, de los guiños, del mantel, de este microclima plural, personalísimo. Debajo de las largas caminatas que no resuelven nada, pero alivian algo. Debajo de lo que irrita, debajo de lo que pica, debajo de lo indigesto. Debajo de saberse —irremediablemente, afortunadamente, irrevocablemente— otro. Debajo de los libros no leídos, de las cartas no enviadas, de las conversaciones imaginarias. Debajo de la cobardía, debajo de la determinación. Debajo de las hornallas encendidas, debajo de las recetas. Debajo de la olla que se quemó, debajo del pensamiento que me atrapó mientas la olla se quemaba. Debajo del ingrediente que sigue faltando, debajo del "ya falta poco". Debajo de esos días, semanas, meses en que no escribí nada, ¿no escribí nada? Debajo del látigo inútil e implacable. Debajo de la búsqueda tenaz, desesperada, caníbal de una tregua. Debajo de los papelitos y los pendientes. Debajo de la culpa, debajo del espanto ante la ausencia de culpa. Debajo de la pregunta que no quiero hacerme, debajo de la respuesta que no es necesaria. Debajo de los olvidos, debajo de los descuidos, debajo de las decisiones. Debajo del silencio, debajo de la insistencia, debajo de la fe.
Debajo de lo quietísimo; las estatuas, la pantalla negra, la conexión caída. Aunque
parezca que no, debajo de todo —siempre, pero siempre— algo crece.
Es que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado.
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